Una de las principales fuentes de dificultad que existe en comprender la naturaleza y magnitud de la contribución que Jung aportó a la vida de nuestro tiempo, se debe a que tanto sus seguidores como sus discípulos creen que el interés principal se halla en lo que llamó el «inconsciente colectivo» en el hombre. Es verdad que fue el primero en descubrir y explorar el inconsciente colectivo, y darle una importancia y un significado verdaderamente ac-actuales. Pero, en última instancia, no fue el misterio de este inconsciente universal en la mente del hombre, sino un misterio mucho mayor, lo que obsesionaba a su espíritu y le condujo hacia esta investigación, y esto era el misterio de la consciencia y su relación con el gran inconsciente.
No es sorprendente, pues, que fuera él el primero en establecer la existencia de la mayor y más significativa de todas las paradojas: el consciente y el inconsciente existen en un estado de profunda interdependencia y el bienestar de uno es imposible sin el bienestar del otro. Si alguna vez la conexión entre estos dos gran-des estados del ser se debilita o se desequilibra, el hombre enferma y su vida pierde significado. También, si se interrumpe el flujo de un estado a otro, el espíritu humano y la vida en la tierra caen en el caos y en la negra noche.
Por lo tanto, para Jung la consciencia no es, como por ejemplo para los positivistas lógicos de nuestro tiempo, meramente un estado racional e intelectual de alma y del espíritu. No es algo que dependa solamente de la capacidad de articulación del hombre como sostienen algunas escuelas de filosofía moderna, hasta el extremo de pretender que lo que no se puede articular verbal y racionalmente, carece de significado y no merece ser expresado. Por el contrario, demostró empíricamente que la consciencia no es sólo un proceso racional y que el hombre moderno precisamente está enfermo y desprovisto de sentido, debido a que, desde hace siglos, desde el Renacimiento, ha perseguido cada vez más un desarrollo equivocado, bajo el supuesto de que la consciencia y los poderes de la razón son una y la misma cosa.
Y cualquiera que crea que esto es una exageración, que considere el «Pienso, luego existo» de Descartes y podrá identificar inmediatamente el caos que esto provocó en Europa, conduciéndola hasta la Revolución Francesa, cómo inició una monstruosa primavera en la Rusia soviética y promovió la sumisión del espíritu creativo del hombre en lo que una vez fueron las ciudadelas del significado de la vida, a saber: las iglesias, los templos, las universidades y las es-cuelas de todo el mundo.
De su trabajo entre los así llamados «enfermos» y los cientos de «neuróticos» que acudían a él, Jung obtuvo pruebas de que la mayoría de estos desórdenes mentales los causaba un estrecha-miento de la consciencia, y que cuanto más estrecha es y más racionalmente enfocada está la consciencia del hombre, mayor es el peligro de oponer entre sí a las fuerzas universales del inconsciente-te colectivo, hasta el punto de que se levanten, por así decirlo, en rebelión, e invadan los últimos vestigios de una consciencia tan dolorosamente adquirida por el ser humano.
La respuesta para él era clara: sólo trabajando continuamente en el incremento de su consciencia hallaba el hombre su mayor significado, así como la realización de sus valores más altos. Jung estableció, volviendo a su paradoja original, que la consciencia es el más profundo sueño del inconsciente y que tan atrás como uno pueda llegar siguiendo la huella del espíritu del hombre, allá donde se desvanece en el último horizonte del mito y de la leyenda, el hombre ha luchado incesantemente para adquirir una consciencia cada vez más amplia, a la que él prefirió llamar «darse cuenta» (awareness).
Este darse cuenta, para él tanto como para mí, incluía todo tipo de formas de percepción irracionales, tanto más preciosas en cuanto que son los puentes que unen la inagotable riqueza de significado aún desconocido del inconsciente colectivo, siempre dispuestas a aportar los refuerzos que amplíen y confirmen el conocimiento del hombre comprometido en una campaña sin fin contra las exigencias de la vida en el aquí y el ahora. Ésta es, quizá, una de sus más importantes contribuciones para una nueva y mayor comprensión de la naturaleza de la consciencia; solamente podía ampliarse y renovarse a medida que la vida pidiera dicha renovación y ampliación; manteniendo sus líneas irracionales de comunicación con el inconsciente colectivo.
Por eso tuvo en gran consideración todas las formas irracionales con que el hombre había tratado de explorar los misterios de la vida y había estimulado el conocimiento consciente del universo en expansión a su alrededor hacia nuevas áreas de conocimiento y de vida. Esto explica el interés que demostró, por ejemplo, por la astrología y el significado del Tarot. Reconoció, como en muchos otros juegos y artes primordiales de adivinación de lo oculto y del futuro, que el Tarot tenía su origen y raíz en profundos modelos del inconsciente colectivo con acceso a potenciales de consciencia incrementada y que únicamente se adquirían cotejando estos modelos.
Este reconocimiento fue otro de estos puentes irracionales que permitieron llevar día y noche, a través de la aparente escisión entre consciente e inconsciente, lo que debiera ser una corriente creciente de tráfico entre la oscuridad y la luz.
by Laurence van der Post