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Consciente, inconsciente e individualización

La individualización indica el proceso por el cual una persona se convierte en una unidad o un todo psicológico a través del conflicto entre los dos aspectos psíquicos fundamentales, el consciente y el inconsciente. Este proceso corresponde a los símbolos alquímicos, especialmente al símbolo unitario. Se explica que muchas personas consideran la conciencia como el conjunto del individuo psicológico, pero que la investigación sobre la personalidad múltiple ha demostrado la existencia de un sector inconsciente de la personalidad junto al sector consciente. No parece que haya un principio decisorio, análogo al yo, en el inconsciente ya que los fenómenos inconscientes se manifiestan de manera no sistemática.

El consciente y el inconsciente pueden parecer aislados el uno del otro en el sentido de que el consciente ignora los contenidos del inconsciente; sin embargo, hay casos que prueban que el inconsciente puede subyugar al yo, o que, bajo la influencia de una emoción fuerte, cuando el inconsciente se vuelve autónomo, el yo y el inconsciente intercambian sus lugares. El inconsciente no solo contiene contenidos de un mundo primitivo pasado, sino que también está orientado hacia el futuro. El espíritu consciente es fácilmente influenciado por el inconsciente, como en el caso de la intuición, definida como una percepción a través del inconsciente.

El objetivo deseado de una armonía entre el consciente y el inconsciente se alcanza mediante el proceso de individuación, una experiencia vivencial generalmente expresada también a través de símbolos. La tarea del analista consiste en ayudar a la interpretación de estos símbolos para realizar la unión trascendente de los opuestos. El objetivo de la psicoterapia se considera como el desarrollo de la personalidad en su conjunto.

La síntesis de los contenidos conscientes e inconscientes y la conciencialización de los efectos del arquetipo sobre los contenidos de conciencia representa, cuando se realiza en forma consciente, el rendimiento máximo de un esfuerzo psíquico y espiritual concentrado.

Para comprender las indicaciones simbólicas del inconsciente, es necesario tener cuidado de no “ponerse” fuera o “al lado” de uno mismo; en cambio, se debe vivir emocionalmente dentro de uno mismo. De hecho, es de vital importancia que el ego continúe operando normalmente.

Solo si se permanece como un ser humano común, consciente de su propia incompletitud, se podrán recibir los contenidos significativos y los procesos del inconsciente.

La psicología es conciencialización del proceso psíquico, pero en sentido profundo no es explicación de ese proceso, ya que toda explicación de lo. psíquico no puede ser sino precisamente el proceso vital mismo de la psique. (…) La psicología culmina necesariamente en un proceso de desarrollo peculiar de la psique y que consiste en la integración de contenidos inconscientes susceptibles de llegar a la conciencia. Significa la totalización del hombre psíquico, lo que para la conciencia del yo tiene consecuencias tan importantes como difíciles de describir.

El yo no puede evitar el descubrimiento de que la afluencia de contenidos inconscientes vivifica y enriquece la personalidad y da lugar a una estructura que de algún modo supera al yo en volumen e intensidad.

Ahora bien, si se logra reconocer lo inconsciente como magnitud co–condicionante al par de la conciencia, y vivir de manera que las exigencias conscientes e inconscientes (o sea instintivas) sean en lo posible tomadas en consideración, el centro de gravedad de la personalidad no es más el yo, que es un mero centro de conciencia, sino un punto, por así decir, virtual entre lo consciente y lo inconsciente, al que cabe designar como sí–mismo. Si se logra tal trasposición, el resultado es la anulación de la participation mystique y de ello nace una personalidad que, por decirlo así, sufre sólo en los pisos inferiores, pero está en los superiores singularmente alejada del acontecer penoso o gozoso.

Jung, Collected Works of C. G. Jung, Vol.9, 1ère partie, 2nd ed., Princeton University Press, 1968, 451 p. (p. 275-289)

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