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Nuestro universo interior

El hombre no ha dejado de buscar entender quién es y de dónde viene. Ahora bien, la exploración de nuestro universo interior presenta analogías con la exploración del mundo cuántico. Así, por un lado nuestra subjetividad interpreta las situaciones vividas; por otro, en física cuántica, el observador modifica los resultados de sus experimentos. De ahí nuestra perplejidad respecto a la naturaleza profunda de lo real, más allá de la apariencia de las cosas.

Hoy no podemos negar esta evidencia: desde la existencia del universo, la inversión progresiva de la energía elemental ha generado capacidades de adaptación y manifestación cada vez más complejas. El resultado es nuestro mundo interior, dotado de conciencia. A este axioma, la astrología añade su propia hipótesis de trabajo que consiste en pensar que las realidades objetivas y las experiencias subjetivas encuentran su origen y sus conexiones en un mismo nivel sutil (¿cuántico?) que solo puede “mostrarse”, tanto en la densidad (tan engañosa) de las realidades objetivas como en la eflorescencia de nuestro imaginario.

Esto denuncia la práctica de cierta astrología que se limita a constatar y confirmar nuestros comportamientos, una vez que se supone que derivan de nuestro tema astral. Ciertamente, el perfil psicológico así descrito se parece a nosotros. No es menos relativo y provisional. Relativo, en función de los avatares de nuestro recorrido, de nuestros determinantes hereditarios y de nuestros marcadores culturales. Provisional, porque nuestros rasgos de carácter solo apuntan nuestra manera toda personal de relacionarnos con el mundo y con los demás, con el fin de edificar nuestra personalidad. Nuestros rasgos de personalidad son, pues, más medios que fines en sí mismos.

El análisis de nuestro tema astrológico permite, en todo caso, entender los procesos que nos han llevado a comportarnos hoy como lo hacemos. En este sentido, la astrología nos ayuda a realizar una verdadera arqueología de nuestro camino, entre nuestro nacimiento y hoy; manteniendo en mente que nuestro personaje actual es el instrumento del cual nos corresponde hacer uso, no la expresión totalmente lograda de nuestra personalidad.

La astrología nos permite evaluar ‘lo que sucede en nosotros’. Pero no puede limitarse a indicar en qué dirección nos empuja el viento. Hablando de viento, aquellos que viajan en globo lo saben: para cambiar de dirección, es necesario cambiar de altitud; y para cambiar de altitud, hay que soltar lastre. Para cambiar y, sobre todo, ‘para convertirse en uno mismo’, es adecuado encontrar otras respuestas; lo que supone soltar nuestras costumbres y prejuicios. Desde entonces, la astrología no debería designar ‘lo que nos parece’ sino para suscitar en nosotros y a partir de ahí un proceso de desarrollo.

En esto, el balance astrológico se desglosa en dos etapas: por una parte, constatar la orientación que hemos tomado desde nuestro nacimiento, a través de las etapas de nuestra génesis psicológica y a partir de ciertas predisposiciones; por otra parte, acceder a una mayor autodeterminación: la de realizarnos, dando un sentido a nuestra vida.

Cfr. Quand l’astrologie se dévoile, Fédération Des Astrologues Francophones (FDAF), www.fdaf.org

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